El misterio del amor entre varones es sin duda la propuesta artística tijuanense que mejor ha enfrentado la así llamada nueva normalidad. Desde el inicio de la cuarentena, provocada por la pandemia de covid-19, la sobreproducción de contenidos digitales llegó como avalancha. Pocos intentaron hacer algo distinto a lo que en el tiempo pre-pandémico ya comenzaba a poblar nuestras pantallas: transmisiones en vivo, exposiciones virtuales, muestras de videoarte y videoperformance, etcétera. Confieso que primero me albergó un frenesí por consumirlo todo, sintonizarlo todo, presenciarlo todo. Lo mismo veía el conversatorio del MoMA que la visita de estudio de un artista tijuanense. Después, llegó el hastío, la sobresaturación de información, la sensación de inconmensurabilidad, el agotamiento corporal, las ganas de perdértelo todo. Luego, empecé a aburrirme. Ser un voyeur sin morbo, pues los observados clamaban mi atención, querían mi mirada sobre sus rostros, mis oídos inundados por sus palabras, pero no hacían otra cosa más que intentar —torpemente— emular la convivencia corporal a través de Zoom.
Entiendo que lo que se extrañaba —y extraña— era el contacto físico. Los abrazos, los besos, los ademanes que acompañan una conversación animada, la presencia que es tan difícil de explicar. Esto agudizó el uso afectivo de las redes sociales virtuales que ya venía practicándose por años. La emotivación de los mensajes: emoticones, memes, stickers, reacciones. Las stories, los audios, el envío de imágenes al momento. Las transmisiones en vivo y su interacción. Todo eso ya existía, eran ya transmisores de nuestros afectos. Sin tocarnos, estos canales comunicativos se volvieron más presentes, más importantes. Largas conversaciones en WhatsApp, videollamadas en Facetime, intercambio de audios e imágenes cobraron mayor relevancia, transformándose en la vía de acompañamiento en los días de encierro.
La compañía Teatro en el Incendio puso atención a este cambio comunicativo, mismo que —esto tampoco es nuevo— ha modificado nuestros tiempos de atención y provocado la adicción al swipe, al scroll down, al double tap. A la inmediatez de la información, a las notificaciones, a pasar de una app a otra, a la anticipación que anuncian los puntos suspensivos saltarines. La obra El misterio del amor entre varones, dirigida y escrita por Gilberto Corrales, me mantuvo atento por noventa minutos, ignorando los globos de notificaciones de otras apps que aparecieron en la pantalla de mi smartphone. La estrategia que utilizaron consistió en el salto constante entre plataformas, que es conocido como crossmedia, comúnmente utilizado en el marketing, precisamente para captar la atención de los clientes a través de la interacción con elementos de una campaña publicitaria por medio de diferentes aplicaciones. En el caso de El misterio… emplearon WhatsApp (WA), Instagram (IG) y Vímeo insertado en el sitio web de la compañía. Fue ahí por donde transcurrió la obra después de las tres llamadas.
Llegó una notificación de WA que me informaba había sido agregado al grupo EL MISTERIO 19 DIC. Tras la primera llamada, nos pidieron seguir un par de perfiles en IG, hasta ese momento privados y sin publicaciones. En la segunda, nos compartieron las instrucciones de la dinámica. Básicamente, nos enviarían links a publicaciones de IG y videos, apuntaban que las fotografías tendrían descripciones y que los videos y stories contarían con sonido. Recomendaron usar audífonos. Después de la tercera llamada, apareció un “Hola.” que inició una cadena de mensajes dirigidos a mí o al dueño de la pantalla que ya no era más la mía. Súbitamente estaba en una ficción extrañamente real, ambiguamente personal, distantemente cotidiana. Solo los administradores del grupo estaban habilitados para enviar mensajes. Estoy seguro que si no lo hubiesen restringido, los mensajes de los usuarios-espectadores hubieran inundado el chat, pues los hearts y comentarios —en su mayoría emojis, por lo que pude ver— en las fotografías de IG no se hicieron esperar. Enlaces a posts y stories de IG, audios en WA, links a videos al sitio web fueron tejiendo la historia de Daniel y Carlos. La información que proporcionaban los mensajes y elementos visuales, correspondía a la conversación de dos personas que saben de qué hablan, de dos cuerpos que tienen una historia compartida.
El ir y venir entre apps te mantiene atento. Ves, lees, escuchas, haces tapping, te llegan notificaciones. Todo es sucesivo, instantáneo, rápido. A veces la notificación de WA se sobrepone al video. Nada molesta, porque estamos acostumbrados a ir y venir, a ser interrumpidos, a ignorar. La anticipación del “escribiendo” o “grabando audio”, incrementa nuestra expectativa, queremos saber más, ver más. La obra se aprovecha de nuestro condicionamiento.
Las secuencias de pocos minutos en Vímeo incorporaban la voz en off de los actores —así como subtítulos— narrando su historia. En las imágenes aparecían Daniel Piñeiro y Carlos Valdez Rosas ejecutando coreografías. Parece que la intención del director era evitar el uso del video como registro de una escena, para presentarlo como un elemento visual hasta cierto punto autónomo. Algunas locaciones formaban parte de la dramaturgia, otras parecían intercambiables, respondiendo al escenario interno de los personajes. Estos videoclips eran las unidades temporales más condensadas. Pasaban horas o días, evidentes en las elipsis causadas por el cambio de vestuario y locación sin cortar las acciones. Aunque las publicaciones en IG también hacían alusión al pasado, parecían más bien pistas de un pasado-futuro ya no compartido por los personajes, mientras que los videoclips eran el tiempo de la memoria común, donde los días colapsan en los recuerdos.
Aunque la estrategia de los videos nos ayudó a recorrer el tiempo y a entrañarnos con los personajes como pareja, en cierto punto, debido a la cantidad de videos, me pareció un recurso abrumador, llegando a ser reiterativo. El pasado nos inundaba, mientras que el presente nos daba cuentagotas en WA. La distancia entre la obra artística y la realidad de los usuarios-espectadores se disolvía en WA e IG: los personajes son tan reales como cualquier usuario de esas aplicaciones. Ese fue el elemento que me enganchó, mientras que los videoclips en Vímeo me alejaron de la experiencia, pues se parecían más al cine o a un espectáculo video-dancístico.
No puedo evitar reparar en que la obra es entretenida porque usa el lenguaje del marketing digital, satisfaciéndonos con la posibilidad de dar likes o contestar encuestas en una story. La interacción es más reducida de lo que puede ser en una charla por Zoom, pero no importa porque lo que buscamos es una experiencia estética, no informativa. Imágenes, textos cortos, videos que nos distraigan de la realidad. La puesta es efectiva porque se camufla con la ficción capitalista, a diferencia de aquellas propuestas que buscan romperla, sin éxito. Estamos acostumbrados a que la pantalla nos hable, a ignorarla o perdernos en el rabbit hole.